Ejercicio colectivo: Songs for distigue Lovers

Waterloo Sunset

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Autor: Ben Clark


El río, por el hecho de fluir, se condena a sí mismo, por lo que todos los ríos tienen algo de mártires, y el Támesis desde luego no es ninguna excepción. Pero Terry tenía la mente demasiado ocupada como para meditar sobre la esencia de los ríos del mundo. Se había empapado de camino a la estación e intentaba encender sin éxito un pitillo que no iba a prender. El viejo reloj colgaba como un ajusticiado y dependiendo del ángulo daba una falsa impresión de estar levitando por encima de la muchedumbre ajetreada. Las grandes agujas negras marcaban las once y trece cuando Terry resolvió que se encontraba ante un cigarro ignífugo. Dora llegaba tarde, o el tren de Dora llegaba tarde, que para el caso daba lo mismo. Junto a Terry un chico escuchaba algo a todo volumen por su ipod. Puede que se hubiera equivocado de hora, puede que incluso hubiera confundido la fecha o que ella ni siquiera fuera a venir pero no, eso no era una opción. Debía llegar, estaba previsto, estaba hablado, podía haber un error, sí, pero la voluntad de Dora no debía cuestionarse. Recordó la última vez que la vio, en su apartamento. Dora estaba desnuda cuando se despidieron, y él también, pese a llevar puesto el traje, estaba desnudo, más expuesto que la propia Dora. Quiso decir algo pero no supo. Dora sonrió y cerró la puerta despacio. Recordó su tobillo izquierdo, blanco, delicado; diciendo adiós en el lenguaje imposible de los tobillos, despidiéndose de él, de aquella noche, de todo el verano.
Hacia la una quiso ir a por algo de comer, pero no se movió. Esperó. Llevaba meses esperando. Cuando el triste reloj anunció las cinco, Terry abandonó la estación, convertida en una catedral de luz. La entrada, orientada al noroeste, impedía ver el ocaso y Terry pensó en aquella canción a la que le debía el nombre. Si bien los vidrios del techo reflejaban la luz creando un efecto hipnótico, era físicamente imposible ver el atardecer desde la estación. Puede que si su madre, July, lo hubiera sabido no le habría llamado así. De nuevo se estaba distrayendo con pensamientos ignífugos para evitar pensar e la única cosa que le quemaba por dentro: Dora no había venido.
Corrió, paralelo al río, hasta llegar al puente de Waterloo. Al cruzarlo se detuvo en el medio, sin dar crédito a sus ojos. Dora esperaba, bolso y paraguas en mano, su blanca piel levemente teñida de rojo. La tarde cedía ante la insistencia de la noche y Terry lo comprendió todo, su error, el error de tantos otros que escucharon la canción de Ray Davies sin prestarle mucha atención. Sólo era posible ver el atardecer desde el puente Waterloo, sobre el río moribundo. Sobre el río viejo y sucio que rueda hacia la noche, donde Terry por fin besa, no a July, sino a Dora, tal y como estaba, en cierta forma, previsto.


2 Responses to Waterloo Sunset

  1. Anónimo Says:
    super bueno tu cuento y la canción no podría estar mejor elegida.
  2. Ben Clark Says:
    Muchas gracias! El mérito no es, ni mucho menos, mío (no es mío del todo): quiero agradecer a Olalla Hernández haber creado este proyecto, haberme elegido la canción (sí, fue ella, no yo) y haber tenido la paciencia necesaria para reunir a tanto escritor y a tanta Dora.

    Un beso,

    B.C.

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